28/08/2011
Noche tranquila, pagamos el hotel y nos vamos a desayunar a Blois. El motivo no fue tanto que nos encrontráramos con fuerzas, sino que el desayuno valía 9 euros. Por persona. Vamos, que ni de broma, que Blois estaba cerquita y el tacañismo cobra valor en situaciones así. Hacemos parada y fonda en una boulangerie con buena pinta al lado de un parque donde degustamos con lentitud unos croissants. Eli y Barnabas con un poco de una tableta de chocolate que traíamos de Barcino y que tienen que racionarse porque quedaba muy poco. Si comento esto es porque un poco más adelante esto del chocolate tendrá su relativa importancia en forma de colleja de una hacia el otro.
Siguiendo la tónica hasta el momento, visitilla rápida a Blois sin entrar en ningún sitio de pago, habida cuenta de los precios sin descuento posible. Delante del castillo había una placita con un jardín donde paramos un buen rato, por lo bien que se estaba y por el curioso espectáculo de la Maison de la Magie que estaba justo delante. Una especie de dragón mecánico de varias cabezas daba su show y resultaba entretenido un rato. Luego nos fuimos a ver la catedral. Allí nos fijamos en un señor que estaba justo delante del castillo cuando lo visitamos (por fuera, se entiende), con aspecto de votante del PP para quien quiera entender y nos pareció curioso la velocidad con la que había llegado a la catedral, que está a un ratito de pedal y con una cuesta del carajo justo antes de llegar. A él también le debimos llamar la atención, pues nos abordó en castellano sin vacilación. Nos había oído hablar antes. Resultó estar interesado en lo de las alforjas y nos hizo algunas preguntas, no muchas, y enseguida salió pitando para ir a misa. No es broma, para ir a la misa que en ese momento hacían en la catedral. Por si acaso se le ocurría volver llenamos la cantimploras en un lavabo que había ahí al ladito y nos fuimos a terminar la visita a Blois. Poco más a reseñar salvo la iglesia de St. Nicholas, estrecha, alta, gótica y muy bien conservada. Como detalle curioso, justo delante de esta iglesia crecía entre 2 baldosas una espléndida tomatera, con unos atisbos de tomate. Curioso sitio este Blois...
Como ya no pensábamos en visitar nada y sobretodo porque Barnabas tenía suficiente de arte y arquitectura sacros, retomamos la ruta. El sol era terrible, pero la ruta muy bonita. Pasamos por muchos castillos pequeñitos dignos de foto. Cuando nos hartamos de sol, y de que Barnabas se picase con algunos ciclistas en plan de "a ver quien aguanta más", llegamos a un pueblo llamado Candé, donde habían muy generosamente acondicionado un espacio para picnic público. Y hubo gran regocijo. La unanimidad imperante nos exigió parar a la sombra para comer algo y tras un breve rato de asueto, en ruta hacia Chaumont.
Chaumont es un castillo de los que vale también la pena en esta ruta. Bueno, maticemos. A partir de este momento diré que vale la pena cualquier castillo que sea importante por su arquitectura o por lo espectacular de su construcción, pero con total y absoluta sinceridad, no entraos en ninguno salvo en el de Langeais. Otra vez un precio disparatado. 15 euros por barba. Y ni siquiera en este con el consuelo de verlo por fuera, pues se paga bastante antes de llegar al castillo, el cual está oculto por la distancia y la arboleda que crece justo delante. Por cierto, cosa curiosa, el votante del PP estaba justo pagando la entrada cuando llegamos. Hicimos discretamente mutis por el foro.
Tras una coca-cola bien fría (sin hielo, país de bárbaros...) enfilamos un auténtico rompepiernas hasta Amboise. No sé qué les debía pasar a los que hicieron la ruta pero desde luego se lucieron: Nos hicieron pasar por todas las colinas que rodean al río, de un montón de chalets al siguiente. Parecía "ruta turística por los chalets de Francia", y no la ruta de los castillos. Tras cada bajadita, nueva subidita. Perdí la cuenta cuando íbamos por las 50... y la madre del que diseñó la ruta con los oídos retumbando.
Por cierto, en uno de los escasos lugares llanos de la ruta decidimos hacer un alto. Para picar alguna cosilla, vamos. Y entonces Barnabas comenta, como de pasada, que tiene en las alforjas nocilla, chocolante, leche condensada... Un verdadero arsenal. En ese justo momento Eli monta en cólera recordando cómo por la mañana se ha tenido que fastidiar con chocolate racionado con el croissant y el muy berzas tenía media chocolatería suiza en las alforjas. La colleja le hizo bailar las orejas....
Suerte que por fin llegamos. Amboise es una ciudad grande y teníamos la esperanza de conseguir alojamiento en un sitio u otro. Ah, que ingenuidad. Dimos vueltas y más vueltas por una ciudad de buen tamaño, sin mapa, parando en todos los hoteles visibles sin lograr más que decepciones. Así estábamos, pues, delante del castillo real, el lugar más turístico de toda la ciudad ya pensando el largarnos a algún camping cuando Eli ve un hotelillo y dice: "Bueno, porqué no, voy a preguntar".
Mis carcajadas debieron escucharse desde Blois, pero me las tuve que envainar cuando al cabo de unos minutillos vuelve diciendo que tiene 2 habitaciones, bastante espartanas, a buen precio. Te cagas. A 10 metros del castillo. Un domingo. En Francia. Eso no es suerte, es un milagro!!!!. Pero bien aprovechado, que nos dimos unas cuantas vueltas disfrutando del enoooorme castillo real de Amboise, por fuera, obviamente, que el precio era el usual en esas tierras. Una pizza gigante, y a dormir. Empezaba a cambiarnos la suerte con lo de los hoteles.
1 comentario:
Debo comentar en esta entrada que Barnabás se se justifico diciendo que antes de empezar el viaje me habá informado verbalmente de TODOS los comestibles que llevaba en la
su alforja. Pero yo le contesté que si me tengo de acordar de todo lo que me dicen no habría sitio en mi cerebro para almacenar nueva información. Así que lo había olvidado. Eso sí, me harté de reir un montón!
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